Por Núria Leonelli
Tuve el primer encuentro con el Taoísmo cuando era adolescente. Tropecé con un incomprensible capitulo de aquel extraño libro de texto titulado Historia de la Filosofía, heredado de Alfredo, mi hermano mayor. Recuerdo que lo forré cuidadosamente con papel marrón de embalaje con la intención de venderlo a buen precio a algún estudiante apenas hubiera aprobado el examen. El profesor Sr. Domenico Novacco, era un erudito, licenciado en filosofía por la universidad de Palermo, era autor de una extensa bibliografía que trataba además de contenidos sobre historia y filosofía, temas de actualidad social y política italiana, también colaboraba habitualmente con La Vanguardia. La lección que impartió sobre Taoísmo fue magistral, pero yo no entendí nada. Aun así aprobé el examen, y luego, claro, vendí el libro.
A lo mejor, la falta de comprensión sobre este tema no fue debida tan solo a mi risueña adolescencia. El Taoísmo no se puede explicar con palabras, porque no son ideas, no son conceptos, de hecho, pertenece a la esencia de su filosofía la imposibilidad de definición.
Los libros explican que el Taoísmo es la manera con la que el hombre coopera con el curso de la naturaleza. Se trata de comprender que uno y la naturaleza forman una misma unidad y un mismo proceso: el devenir de todo el universo. La palabra Tao simplemente designa todo lo que sucede. No se puede forzar ni resistir el curso de los acontecimientos, la clave esta en fluir siempre junto al todo. Y solo el tiempo y la experiencia de la vida es la que te ayuda a comprender y a seguir este proceso natural que es tan distinto a cuando se expresa con palabras.
Como no se puede definir al Tao, el filósofo Laozi, piedra angular de esta filosofía, utilizó siempre metáforas elocuentes y una por excelencia: el agua. El agua se adapta siempre a cualquier forma sin perder jamás su esencia. Siempre fluye siguiendo el camino más fácil, el más corto, el que menos resistencia le ofrece. El agua siempre tiende al equilibrio y al reposo. En la quietud es transparente. La suave persistencia de su goteo consigue agujerear la roca más dura y su vaivén logra moldear las asperezas de las piedras. Reza un refrán castellano “dar palos al agua”, y que absurdo es intentar abatirla, no sirve de nada, el agua rodea y abraza a su agresor, esta es su forma de vencerlo. El agua sigue los principios de gravedad y al sentirse atrapada se eleva en busca de una nueva salida. El objetivo del arroyo no es llegar al mar, es simplemente fluir y ser arroyo, y cuando llega al mar, es mar, y simplemente evapora y entonces es nube, y luego simplemente es lluvia, para luego seguir siendo arroyo. Si observamos el fluir del agua nunca encontraremos un error estético, es grácil en el arroyo, elegante en la ola, efímera en el rocío, liviana en la nube, imponente en el mar.
Hay un relato taoísta que cuenta la historia de un granjero que tenía caballos. Un día se rompió la valla que los guardaba y éstos se escaparon. Cuando sus amigos se enteraron acudieron a su casa y le dijeron: “¡Que mala suerte has tenido!” y el granjero les respondió: “Puede ser”. Al cabo de unos días los caballos regresaron acompañados de otros muchos más caballos salvajes. Los amigos muy contentos fueron a su casa para decirle: “¡Qué buena suerte has tenido!” y el granjero, entonces, les respondió: “Puede ser”. Pasó el tiempo y un día el hijo del granjero cuando intentaba domar a uno de los caballos salvajes se cayó al suelo y se rompió la pierna. Los amigos volvieron a su casa y le dijeron: “¡Que mala suerte has tenido!” y el granjero les respondió: “Puede ser”. Justo al día siguiente llegaron unos oficiales para reclutar en el ejército a los hombres jóvenes del pueblo pero como el hijo del granjero estaba lesionado y no podía caminar, lo excluyeron. Los amigos acudieron de nuevo a su casa y le dijeron: “¡Que buena suerte has tenido!” y el granjero les respondió: “Puede ser”….
El mensaje taoísta de este cuento nos enseña que la dicha y la desgracia se suceden, sin comienzo ni fin, todo es un proceso que fluye. La filosofía del Tao implica seguir hábilmente y con inteligencia el curso, la corriente y la textura del fenómeno natural, considerando la vida humana como un rasgo integrante del proceso global y no como algo ajeno y opuesto a él.
Siempre miraba desde la playa los barcos a vela que navegaban. Era ya una mujer adulta cuando decidí apuntarme a un curso de navegación. Tenía la sensación que el arte de navegar era una asignatura pendiente en mi vida. El instructor de navegación me enseñó a mantener en todo momento el viento en las velas incluso cuando giraba el barco en dirección contraría. Los acontecimientos que me rodeaban y yo misma conformábamos un campo unificado, no podía disociarme del viento, éramos inseparables.
Fue solo entonces cuando comprendí el Taoísmo, la experiencia de ajustar las velas en función de los vientos de la naturaleza se identificaba con aquellas palabras que en su día me había explicado el profesor de filosofía en el colegio. Entonces analicé cada etapa de mi vida pasada y comprendí mucho. El Taoísmo es una filosofía de vida, es un modelo de inteligencia que no puede ser explicado con palabras pues solo el tiempo y la experiencia son los que te ayudan a comprenderlo.
Núria Leonelli
Directora y Profesora del Instituto de Qigong
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